JIM KEENAN - IRLANDA (ECHE ILUS) |
JIM KEENAN | COMO VALDANO
Jim Keenan jugaba con la receta del señor Valdano: “tocarla mucho y tenerla poco”. Tocaba y buscaba, buscaba para volver a tocar, tocaba para volver a buscar, para que otros también tocaran, para que otros también buscaran. Tocaba y buscaba Irlanda porque entendía que esa la forma más correcta de un progreso claro, palpable, efectivo. Tocaba Keenan con Keane y Keane con Keenan para que Keenan tocara asimismo con Keane. O con Kennedy, o con O’Connor, lo mismo daba quien a quien mientras hubiera con quien tocar y seguir tocando y seguir buscando para tocar y seguir tocando para subir, para ascender, para atacar desordenando al rival, que no tocaba ni buscaba porque aquel accionar era patrimonio de Irlanda, que así jugaba y así goleaba y así impactaba a la humanidad con cosa tan sencilla y cosa, a la vez, tan esquiva a tan apurados y no pensantes pies.
JUEGO | FORMACIÓN
Tati pensaba una cosa cuando otrora jugaba al fútbol. Él decía, básico y simple, en medio de las cautelas y los miedos a perder, que si no se arriesgaba en el juego más juego de todos los juegos, ¿dónde más? El hombre y sus misterios. El que sí parecía arriesgar para beneplácito de Tati, por otro lado, era Keenan, Jim Keenan, entonces goleador y revelación destellante de esa Eurocopa realizada en Ucrania y Polonia que precedió a los Juegos Olímpicos y se discurría entre la atención mediana de Tati. Mediana porque Keenan sí había logrado adosarle cierto estímulo al rabillo de su ojo tras aquella actuación suya en el partido ante España. En efecto, el tipo destilaba una especia de “no sé qué” que hacía imposible apartar la vista de su juego. La forma en que jugaba y la forma, sobre todo, en que se entregaba al juego que jugaba. “Y no la entrega pelotuda del que pone cara de malo y se tira con los pies juntos a barrer lo que venga. Aquel que se lleva en el piso la pelota y los pies del contrario y se lleva todo, así se lleva, en furioso deslizar, siempre con cara de malo, encima. Aquel descerebrado que no tiene la culpa de que la gente, mucha de ella también descerebrada, le festeje igualmente la osadía de tirarse con bravura a una pelota que tranquilamente podía robarse mejor con el anticipo pensante y sin tanto teatro demagógico. Abundan esos tipos porque abundan, en primer medida, los tipos que se los permiten y los tipos que los alientan cada día”, decía Tati. Pero no. La entrega de Jim Keenan fascinaba por lo pasional. Por lo alegre y profunda. De estatura corta (medía 1,68 “como Diego”, comparó Tati), no guardaba relación alguna con el estereotipo del futbolista británico, fornido, veloz e incansable. Más al contrario, su concepción pasional del fútbol, basada en las gambetas y una técnica pulida con convicción fanática, remitía mucho más al aura del futbolista latino y criollo que al derroche consustancial de los jugadores de las Islas. Siempre abierto al juego de las sociedades, siempre presto para recibir el balón, para acariciarlo, para volver a jugarlo, Keenan era digno merecedor de la diez en la espalda. Ya lo había demostrado en el partido contra España, pero ahora leía Tati que fue más notoriamente gracias a él que Irlanda ganó ante Italia y aseguró su pasaje a los octavos de final.
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